jueves, 16 de julio de 2015

He leído “Madrid, 1939: La conjura del coronel Casado” de Ángel Bahamonde Magro
El 5 de marzo de 1939, el coronel Segismundo Casado lideró un golpe de Estado contra el gobierno de la República que presidía Juan Negrín. Encontró la oposición del partido comunista, que fue neutralizado para evitar la resistencia.
El autor analiza la sublevación militar contra el gobierno que presidía Negrín y las últimas semanas de la Guerra Civil a través del análisis del material que ofrecen un millar de sentencias judiciales de militares de las filas republicanas, leales a la República unos y desleales otros. Todos fueron sometidos a juicios sumarísimos por una jurisdicción de excepción creada al acabar la guerra.
El 23 de marzo de 1939, representantes del Consejo de Defensa enviados por el coronel Casado y del general Francisco Franco, se reunieron en el aeródromo burgalés de Gamonal, con el objeto de pactar las condiciones de rendición de la República. El coronel franquista Luis Gonzalo dejó claro que no se iba a negociar nada, sino a obedecer las órdenes procedentes del Cuartel General del Generalísimo que tenían un objetivo: la rendición incondicional del "ejército rojo". No habría paz para los republicanos. Tampoco una vez terminada la Guerra Civil.
El coronel Casado pecó de soberbia y deslealtad, por su deseo de imponer la razón militar sobre la civil. El golpe era el resultado de una estrategia conspirativa que se venía elaborando desde febrero de 1938, tras las derrota en Teruel, y pretendía terminar con la Guerra Civil con una paz honrosa para los vencidos. Franco, sus servicios secretos y la llamada quinta columna de Madrid, habían alimentado esta ilusión entre los militares de carrera que habían sido fieles a la República. Casado y un nutrido grupo de militares profesionales creyeron en un abrazo entre militares de uno y otro bando que pusiera fin a la Guerra Civil. Las esperanzas de Casado no tenían un fundamento real. Después de treinta y tres meses de guerra, ningún indicio "hacía razonable la idea de que Franco deseara la paz, y menos una paz honrosa que dejara un aliento de dignidad a su enemigo".
En la madrugada del 26 de marzo, Franco ordenó la última ofensiva de la guerra. Se envió a Casado un radiograma: "Ante la inminencia del movimiento de avance en varios puntos del frente, en algunos de ellos imposible de aplazar ya, compete a fuerzas en línea enemiga ante preparación artillería o aviación, saquen bandera blanca, aprovechando la breve pausa que se hará para enviar rehenes con igual bandera, objeto: entregarse utilizando instrucciones dadas para la entrega espontánea".
El 30 de marzo Segismundo Casado abandonaba España por el puerto de Gandía en una salida privilegiada avalada por el propio ejército franquista y la marina británica. No sucedió lo mismo con la multitud de población civil que se agolpaba en los puertos, que fue abandonada a su suerte por la comunidad internacional y sufrió la represión del régimen franquista. Había terminado la guerra pero no había llegado la paz. Hubo una trágica coincidencia: a Franco se le facilitaba liquidar la guerra ganando la última batalla, la toma de Madrid, y Casado se deshacía de un gobierno civil al que no respetaba. Ganar la guerra le dio crédito a Franco para mantenerse en el poder durante un largo tiempo. 

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