jueves, 17 de febrero de 2011

Después de 18 días y con el resultado de 300 muertos y un número desconocido de desaparecidos, el 11 de febrero de 2010, Hosni Mubarak abandonaba el poder que detentaba desde 1981. Egipto quedaba en manos del Consejo Superior de las Fuerzas Armas cuyo jefe máximo es el Ministro de Defensa Mohamed Husein Tantawi, cercano a Mubarak.
Los militares se han comprometido a implementar los cambios, a reconocer la legitimidad de los que han protagonizado la revuelta popular y a convocar elecciones libres. Con este “golpe blando” las fuerzas armadas tutelarán “el traspaso pacífico del poder, en el marco de un sistema democrático libre, a una autoridad civil elegida para gobernar el país y construir un estado democrático y libre” y han declarado que “respetará todos los acuerdos y tratados regionales e internacionales”.
Israel desea una transición pacífica y siente preocupación sobre el resultado final de la revuelta en Egipto. No será igual que se incline hacia un islamismo activo y militante donde el sunismo siga el modelo del chiismo en Irán o hacia un sistema laico con democracia real aunque tenga presencia de islamistas moderados.
El periodista israelí Yediot Ajaronot, escribía que sería deseable que se construyera un Estado que “no fomente la discriminación de la mujer, el repudio a la democracia y el odio a los judíos”.
La preocupación de la diplomacia de Estados Unidos y de los países occidentales es constatar que la única oposición cohesionado en los estados árabes con regímenes autoritarios es la islamista. Estos regímenes se han cuidado de quebrar los intentos de la oposición por articularse como movimiento influyente. Por ello hoy en los países donde se manifiesta una opinión pública discrepante con sus gobiernos, la oposición aparece como frágil y desarticulada, pero comparten las ideas básicas de libertad, progreso y justicia.
A la mayoría nos gustaría que en Egipto una democracia sustituyera a una dictadura, pero no sería deseable que se alteraran los actuales equilibrios en región. La democracia no siempre aporta certezas, pero las dictaduras no cierran todas las incertidumbres del futuro y en estos momentos, ante lo que está sucediendo en las sociedades árabes, habrá que optar entre la estabilidad del autoritarismo y la coherencia de la libertad.
Occidente ha apoyado regímenes autoritarios para favorecer acuerdos comerciales sin que la cláusula vinculando ayudas al respeto a los derechos humanos se haya activado, para mantener controlados los movimientos migratorios y para contener la expansión del islamismo radical. Lo sustancial hoy, son las corrientes democratizadoras laicas como instrumentos para alcanzar la paz en la región, satisfacer las demandas cívicas más urgentes tanto morales como económicas y construir regímenes donde se respeten los derechos, las libertades, la justicia y la dignidad.
En todo caso, aunque las motivaciones son bastante comunes, no conviene olvidar las diferencias entre los regímenes árabes autoritarios. No asistimos a revoluciones, sino a levantamientos, a movimientos de protesta y existen los riesgos de desestabilización ante las carencias de liderazgos civiles definidos y de estructuras de oposición organizadas.
Hoy se recuerda el escenario de Teheran en 1978 donde la continuidad del Sah era incompatible con las libertades y los derechos humanos, pero la falta de audacia para adelantarse a los acontecimientos terminó trayendo la dictadura de Jomeini y los ayatolás y arrastró a los movimientos laicos y de izquierdas que se habían movilizado para derrocar al Sah.
Estados Unidos trata de evitar situaciones fuera control y riesgos ante la salida de Mubarak y defiende una transición ordenada gestionada por un gobierno de unidad nacional que convocaría unas elecciones libres. Está en juego la existencia de Israel y las mayores reservas de petróleo del mundo.
La posición del presidente Obama no es la del intervencionismo amenazante de Bush, sino un intervencionismo desde las convicciones: “Estados Unidos ha dejado claro que estamos a favor de un conjunto de principios básicos. Creemos que deben respetarse los derechos universales del pueblo egipcio y que deben atenderse sus aspiraciones. Creemos que esta transición debe hacer patente un cambio político irreversible y un camino negociado hacia la democracia”.
Más de un comentarista ha recordado a 1989 cuando la caída del Muro de Berlín y su onda expansiva en los países del Este, incluida la Unión Soviética. Roger Cohen, corresponsal del The New York Times se preguntaba: “La cuestión fundamental en Egipto es: ¿estamos presenciando el Teheran de 1979 o el Berlín de 1989?”.
¿Qué papel jugará el islán político? ¿Tomarán como referencia la experiencia turca? ¿Estamos ante un nuevo panarabismo “aglutinado por la abominación de las dictaduras y no por el antiimperialismo ni el antisionismo”? (Lluis Bassets: El País 13.02.11).
La obligación de Occidente es mostrarles a estos países, como ha escrito Vargas Llosa (El País, 13.02.11), “nuestra solidaridad activa, porque la transformación de Oriente Próximo en una tierra de libertad no solo beneficiará a millones de árabes sino al mundo entero en general, incluido, por supuesto, Israel”

(Forma parte de un texto bastante más amplio en el que estoy trabajando sobre el conflicto entre israelíes y palestinos)

No hay comentarios: